viernes, 6 de marzo de 2009

Jerusalem


Cuando viajé a Jerusalén en 1982, me sentí emocionado en muchos sentidos, la historia de aquel lugar parecía fluir por mis venas, la belleza de la ciudad vieja, de las flores del jardín del albergue, la luz diáfana, la mezcla de culturas. Y un sábado por la noche mientras observaba las oraciones frente al muro de las lamentaciones, con una impresionante mezquita de Omar sobre sus lomos, lo vi, vi el fuego la devastación, la muerte, la guerra, la pasión de hombres enloquecidos que van inexorablemente hacia su destrucción, y sentí pena, dolor. ¿Cómo evitar la destrucción, el apocalipsis? Vi un pueblo, el judío que se había liberado (en apariencia) de siglos de destierro y persecuciones, había roto su cadena; pero vi un pueblo sometido, maltratado, furioso, que aun no ha roto las cadenas que le han impuesto su verdugo, el palestino. Solo la justicia los harán verdaderamente libres a unos y a otros. No tuve más remedio que que pintar mi premonición.

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